José Luis Rodríguez Zapatero ha jugado muy bien sus cartas. Estamos vislumbrando en él a un gran estratega que se está desmarcando de un mensaje revolucionario y está apostando por la moderación y la prudencia. De hecho, no ha consentido que la pataleta de ERC le destrozara sus planteamientos. Y le ha salido bien, aunque la fiesta que se auguraba al principio cuando se dio el apoyo al nuevo texto estatutario se las han aguado. Y todo porque, en un afán de protagonismo, tan habitual en ellos, los de ERC han estado celosos que fueran Artur Mas y Duran i Lleida quienes salieran en la foto de los periódicos. Como no han sido ellos quienes han escenificado el pacto, van y lo tachan de “inaceptable”. En cuanto ha entrado en el juego Convergencia i Unió, formación política más votada en Cataluña, los independentistas han considerado que significa sólo un pequeño avance. No les ha sentado nada bien que los de CIU se mostraran como principales promotores del Estatut, algo que han querido abanderar ellos desde el primer momento. Pero ¿no es una postura muy egoísta?
Y como en todas las parejas, los cuernos no sientan bien. El PSOE ha realizado una maniobra hacia delante y está garantizando un Estatut apropiado para todos los españoles y, sobre todo, para los catalanes, que verán reforzada su cultura autóctona y su identidad. El Ejecutivo no está entrando al chantaje de los independentistas y está calibrando muy bien la situación. Además, visto los últimos acontecimientos que han sucedido en los últimos meses, al Gobierno más le vale moderar su cometido y alejarse de los radicales independentistas.
Lo que pasa aquí es que los independentistas están «chinados» porque no les han concecido todo lo que querían. Ya ya es bastante lo que ha hecho el gobierno de darle el término «nación» a Cataluña además de unas competencias abismales en cuanto a autofinanciación. ¿Qué más quieren?