“No fue el soberbio crismón de ocho brazos lo que provocó mi estupor, sino los dos magníficos leones que lo flanqueaban, ya que, además de que su perfección era incomparable -pocas veces los había visto tan bellamente reproducirlos- ambos estaban gritando, para quien supiera oírles, que aquella edificación contenía “algo”, “alguna cosa” tan principal y sagrada que era necesario entrar en el recinto con los cinco sentidos bien despiertos. Sigue leyendo “Reflexiones de la historia (XVII)”